"La vida es demasiado corta para dedicarse al ajedrez."
Lord Byron (1788-1824) Poeta británico.-
Ajedrez
La época de mi vida en que me dediqué a aprender ajedrez fue cuando cambié de carrera. Estuve un año trabajando como vendedor y cajero en una tienda de libros y discos (era una mezcla de librería y discotienda). Recuerdo que con mi segundo sueldo me compré un libro super grueso con puros problemas de este juego. Tengo buenos recuerdos de ese año, trabajaba de 5 de la tarde a 10 de la noche (con guardias ocasionales los fines de semana) y lo único que hacía era leer, escribir (soñando con publicar una novela), jugar en la computadora... y estudiar ajedrez.
Recuerdo que contagié a mis amigos mi afición por el juego. Pasábamos largas jornadas jugando los fines de semana. Llegó un momento en donde ninguno podía vencerme y ya no querían jugar (yo empecé a ponerme algo pesado también... lo reconozco... los retaba a que jugaran de a tres partidas simultáneas conmigo). Luego empecé a jugar por internet. A veces ganaba, a veces perdía. Fui subiendo de nivel. Hasta que llegué a ese punto que le llega a la mayoría. No podía superar a los que estaban por encima de mí por más que me esforzara. Fue frustrante. Fui perdiendo el interés en el juego. Sólo jugaba por el mundo virtual y mis únicos maestros eran los libros (como suele pasar).
Mi papá me enseñó a jugar ajedrez a los seis años. Siempre me ganaba. Hace un par de años encontré en su viejo clóset el tablero que cuando era un niño me parecía gigantesco (resultó no ser tan grande como lo recordaba). Uno de los peones blancos tiene la marca de mis dientes, recuerdo que lo mordí cuando mi hermanita me ganó una partida (nunca me ha gustado perder). A la edad de ocho años le gané el primer juego a mi papá. Luego pasó un período en donde jugábamos muy esporádicamente. A los once años ya no podía ganarme. Mis compañeros en el colegio no jugaban ajedrez en su mayoría. Yo aprendí a entretenerme en otras cosas cuando cumplí doce años. No volví a tocar un tablero hasta que me cambié de carrera después de los 21 años.
Cuando retomé el ajedrez (mientras trabajaba como vendedor) sucedió algo similar con uno de mis amigos, siempre me ganaba (él se había entrenado junto a uno de los representantes regionales de ajedrez en las competencias nacionales). Pero él trabajaba a tiempo completo y yo tenía suficiente tiempo libre para estudiar el juego y pasar horas perdido en los 64 escaques. Finalmente comencé a ganarle. Fui mejorando y llegó el punto en que no podía ganarme. Sin embargo él siguió jugando conmigo e incluso me presentó un jugador a quien sólo logré sacarle una tabla en tres partidas (un portugués que jugaba mientras vendía vegetales en su abastecimiento). Comencé de nuevo en la universidad, y me entretetuve en otras cosas.
Fue entonces cuando lo dejé por segunda vez.
Hoy juego muy poco. Veo al ajedrez como una metáfora de vida. Si se toma demasiado en serio te consume y te vuelve loco. Si se toma muy a la ligera te pierdes de sus misterios y de sensaciones fantásticas que jamás experimentarías si no te dieras la oportunidad.
Tan misterioso como el mismo hombre.
Ahora que lo veo, el ajedrez ha tenido un rol interesante en mi vida, siempre aparece cuando los cambios radicales están sucediendo. Supongo que el final de una partida que valga la pena es igual que al final de una historia escrita, se construye con un movimiento a la vez... y se escribe palabra por palabra.
Acuario Escritor.-
Maracay, 01 de julio de 2007.-